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Las muertes de tres activistas kurdas y el proceso negociador

Txente REKONDO - Analista internacional

Sábado 19 de enero de 2013

Con los contactos entre Ankara y dirigentes del PKK en marcha, la muerte a tiros de tres militantes kurdas en el centro de París es una señal lanzada por aquellos que, como en el pasado, pretenden obstaculizar o boicotear cualquier proceso de resolución como el iniciado.

Una de las víctimas, Sakine Cansiz, representaba un papel muy importante dentro del PKK. Era una de sus fundadoras, se había posicionado de forma favorable a las conversaciones entre Oçalan y los representantes turcos, y pertenecía a la importante minoría aleví (chií). Con su muerte algunos intentarían potenciar tensiones entre sunitas y alevíes dentro del movimiento kurdo.
Y la capacidad de los ejecutores, actuando con impunidad en el centro de París, en un edificio teóricamente bajo el control y seguimiento de los todopoderosos servicios secretos franceses, abre la puerta también a la posible participación de otros agentes, tanto turcos como de algún país que en el pasado haya tenido buenos lazos con Ankara, y que recelan de una solución al conflicto en Kurdistán.
La historia reciente en Kurdistán está plagada de actuaciones en contra de cualquier proceso de paz. Ya en 1996, un alto el fuego unilateral por parte del PKK fue respondido con la muerte de una decena de civiles kurdos, lo que recientemente se ha sabido que fue el «trabajo» de la poderosa Unidad de Guerra Especial, protagonista también de la muerte de importantes personajes en Turquía. Por ello, tal vez no deba sorprender que la mayoría de las fuentes turcas prefieran atribuir la autoría del atentado a supuestas disidencias dentro del PKK, y desviar de esa manera la atención hacia los entresijos, todavía complicados, del Estado turco.
La versión de algunos protagonistas turcos parecía haberse anticipado incluso a la propia acción de París. En ese sentido cabría ubicar las declaraciones de Yalçin Akdogan, asesor principal del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, y que señaló «la presencia de grupos del PKK contrarios al proceso que buscarían dañarlo». Al tiempo que algún periodista apuntaba a las «diferentes voces kurdas», entre las que estarían las de Oçalan y las del «PKK en Europa».
También han aireado la posible participación de actores extranjeros que estarían manipulando al PKK, entre los que señalan a Irak, Siria o Irán. Estos estados también ocupan parte de Kurdistán pero, al mismo tiempo que reprimen al pueblo kurdo, mantienen enfrentamientos y tensiones con Ankara.
La guinda de esta dialéctica, en clave justificativa, es la representación de un PKK dividido entre diferentes facciones en base a supuestas diferencias clánicas o familiares, de origen geográfico e incluso religiosas.
Todas esas teorías siguen aferrándose a viejos y caducos paradigmas. En primer lugar, el de que «Turquía pertenece a los turcos», obviando los intentos reformadores del AKP, que pretende introducir en la constitución una Turquía «para todos sus ciudadanos». El segundo cliché insiste en la inexistencia del problema kurdo, reduciéndolo a «terrorismo» y negando la realidad de Kurdistán Norte. En tercer lugar, se da un absoluto menosprecio de la realidad política del movimiento kurdo, presentando al PKK como un mecanismo al servicio de Oçalan, al KCK como «poco fiable» y al partido BDP como «sin influencia».
Sin embargo, cada vez son más los que, de manera abierta o no, reconocen que a día de hoy «los caminos de Kurdistán pasan por el PKK», de ahí que aprovechando la actual coyuntura el primer ministro turco se haya decidido a abordar un nuevo proceso negociador.
Y de momento, todo indica que ha sabido ir moviendo las fichas del complejo puzzle en la dirección deseada. La decisión de Erdogan ha ido acompañado por declaraciones de apoyo del principal partido opositor, el CHP (en 2009 se opuso a un proceso similar), y del movimiento Hizmet, dirigido por el influyente intelectual turco Fethullah Gulen.
Al mismo tiempo se han producido los pronunciamientos favorables de Oçalan y de otros dirigentes del PKK, así como del partido kurdo BDP, y también se ha sumado otra pieza clave, Massud Barzani, presidente de Kurdistán Sur (Irak).
El primer ministro turco es consciente de que esta apuesta, a tenor de las encuestas, no parece encontrar los rechazos del pasado, y también parece contar con el respaldo de los pilares más importantes del estado (el Consejo de Seguridad Nacional, la Agencia de Inteligencia Nacional-MIT,...), sin olvidar que tras los juicios contra importantes cargos militares, sus sectores más intransigentes están muy debilitados (aunque no derrotados, como recuerdan algunos).
Una serie de parámetros que han ido cambiando en torno al conflicto pueden abrir las puertas a un cierto optimismo ante el nuevo proceso. Nadie discute que el principal interlocutor es Oçalan (algunos lo llaman el «proceso Imrali»), aunque representantes turcos también se han desplazado hasta las montañas Qandil, donde están los principales comandantes del PKK, y tampoco conviene descartar las aportaciones que pueda hacer el partido kurdo BDP.
Todavía es pronto para definir la situación como «un proceso de negociaciones», aunque nadie duda que se está en su antesala. Los próximos meses serán claves para ver si la hoja de ruta acordada puede implementarse o si por el contrario, como en otras ocasiones, los obstáculos y las posturas contrarias al proceso acaban imponiéndose.
Según pasan los días van conociéndose nuevos datos y los antecedentes se sitúan en las negociaciones que en Oslo mantuvieron representantes kurdos y turcos con la mediación del Gran Bretaña en 2009-2010. Y también ha sido clave en este impulso la huelga de hambre que en 2012 protagonizaron los prisioneros y prisioneras políticas kurdas (mostrando una vez más el papel activo del citado colectivo en el proceso). La finalización de la protesta a petición de Oçalan se interpretó como un signo de buena voluntad y así parece haberlo entendido el propio Erdogan.
Todavía es pronto para desgranar la citada hoja de ruta, pero incluye temas como la desmovilización de la militancia del PKK, el desarme, la amnistía (aunque no se utilice explícitamente esta palabra), las iniciativas políticas para atender las demandas históricas del pueblo kurdo, e incluso una posible monitorización internacional para asegurar el cumplimiento de lo acordado.
Son muchos los riesgos que sobrevuelan el incipiente proceso, las declaraciones de Erdogan han puesto nerviosos a algunos sectores de los poderes fácticos turcos que, aunque débiles, todavía pueden intentar condicionar el futuro o sabotearlo. Sin olvidar a otros actores dispuestos a torpedear los avances para defender sus propios intereses locales y regionales.


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