Federación Estatal de Organizaciones Feministas

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Velos de incomprensión

Lunes 25 de marzo de 2013

Hablamos con tres mujeres residentes en Sevilla sobre la estigmatización de la mujer con hiyab (el velo islámico). Sus testimonios reflejan, además de sus experiencias, los tópicos en los que día a día se ven envueltas y sus acciones para no sentirse ’oprimidas’, que ni mucho menos está relacionado con llevar hiyab o no.

Los sentimientos de identidad se suelen construir por oposición a otro. En nuestra época vuelve a ser el musulmán, con un aumento de la islamofobia en España, sobre todo en ayuntamientos con representación de la extrema derecha, como denuncia Amparo Sánchez, presidenta de la Plataforma Ciudadana contra la Islamofobia. A pesar de haber vertebrado ocho siglos de la historia de Andalucía, el Islam es un gran desconocido y la visión que la mayoría tiene de él está plagada de un sinnúmero de prejuicios e ideas erróneas. Por ejemplo, la homologación de mujer con hiyab a mujer sumisa es tan fuerte que persiste aunque hayamos visto, por ejemplo, la plaza Tahrir de El Cairo repleta de mujeres con hiyab y sin él, codo con codo, luchando en primera línea por la democracia en su país. Evidentemente, hay casos en que la mujer musulmana es víctima del machismo y de las imposiciones de su grupo familiar. También hay países de mayoría musulmana (muchos de ellos “amigos” de Occidente) donde los derechos de la mujer son regularmente pisoteados en nombre de una aberrante interpretación del Corán.

En la mayoría de los casos, las mujeres musulmanas que viven en Europa y llevan el hiyab lo hacen de forma voluntaria. Muchas mujeres mayores lo llevan por costumbre, pero la mayoría de jóvenes que han tomado esta decisión, contrariamente a lo que se piensa, lo han hecho por convicción propia, por motivos religiosos, intelectuales, sociales o políticos. Por muy paradójico que pueda parecer, a menudo el hiyab, para las musulmanas que lo usan, no significa un modo de reclusión si no que lo viven como una forma de liberación. “Empecé a llevarlo durante la primera guerra de Iraq, como forma de protesta colectiva de las mujeres porque en el instituto habían obligado a una chica a quitárselo”, explica Laila, de educación laica. En muchos casos además, el hiyab tiene el valor añadido de símbolo de rechazo a una modernidad importada e impuesta. "En Marruecos, en las empresas privadas, es frecuente que obliguen a las mujeres a ir vestidas elegantes, o sea, a la occidental. El pañuelo islámico no ofrece la imagen de mujer culta, con un total desprecio hacía la imagen de la mujer local en pos del modelo francés”, explica Laila, para quien el hiyab “era y sigue siendo también un símbolo de protesta imperialista, de lo opuesto a Occidente, como una marca de identidad cultural”.

Otra motivación muy fuerte para Laila, que en Sevilla milita en un colectivo feminista, fue que llevar hiyab "era una forma de reivindicar que la mujer se vea como persona, no como un cuerpo. Aunque aquí se convirtió en todo lo contrario, se considera que una mujer que se tapa se anula”. En su opinión, es algo muy difícil de hacer entender, ya que “el prejuicio de la mujer sumisa es total. Aunque expliques que nadie te ha obligado, te dicen que eres sumisa por la realidad que te rodea, como si aquí nadie fuera sumiso por la realidad que le rodea y todo el mundo fuera libre. La gente no se plantea que lo mismo que pasa en la otra cultura pasa en la suya. Todos estamos rodeados de muchas circunstancias que hacen que al final en las decisiones que tomamos eso de ser libre sea un poco relativo”.

Para Laila, lo más duro fue la incomprensión: “Llegué a Sevilla en una época en que las cosas eran más fáciles, todavía no había pasado el 11S pero, por otro lado, aún no había muchas mujeres con hiyab y resultaba raro. Todo el mundo te miraba, comentaba, te preguntaba. Cosa que para mí era como meterse en la intimidad más profunda de alguien. Al mismo tiempo ya te habían puesto la etiqueta de mujer sumisa e ignorante. En la universidad había un poco más de diálogo, pero era un diálogo sordo, sin escucha. Generalmente te preguntaban sólo para corroborar lo que ellos ya pensaban. Me costó llegar a entender que esas conversaciones eran inútiles, porque yo tenía necesidad de explicar, de intentar cambiar los prejuicios, como una sensación de responsabilidad, de representar una cultura".

Laila ahora ya no lleva el hiyab, su decisión de quitárselo dependió de varios motivos personales, pero “también la sensación de exclusión influyó bastante. Vivir aquí llevando pañuelo es muy duro, a no ser que estés rodeada de un ambiente que te dé fuerza, pero si estás sola como estaba yo es difícil”, explica. En el trabajo, y más si es de cara al público, cuenta que es prácticamente imposible llevar hiyab. “Ya sólo con el hecho de ser de Marruecos, aunque tengas la licenciatura de aquí y no tengas problemas de comunicación, tienes un sello que te complica las cosas. Si le añades el pañuelo, aún más. Yo no conozco a nadie que haya trabajado con hiyab, la mayoría ni lo intenta”.

Sin embargo, cuenta que le costó quitárselo porque era como dar la razón a todo lo que había combatido: “Muchas personas me decían ’por fin ya te has integrado’ y era lo peor que me podían decir. Yo soy la misma persona, no es que porque me haya quitado una prenda haya cambiado”. Laila invita a una reflexión sobre el concepto de integración como asimilación que “te impone asumir el modelo del país en que vives y como mucho te deja aportar la parte del folklore, música y comida, en nombre de un mestizaje guay que da un toque de cosmopolitismo”. En contra de ese concepto de integración aclara que no le gusta en absoluto que su situación haya mejorado porque se le considera asimilada, “llevar o no pañuelo no me hace más integrada o menos integrada, más de aquí o menos de aquí. No quiero integrarme si la integración es que deje de ser yo".

La historia de Adila es, en cierto sentido, opuesta a la de Laila. Vino a Sevilla para hacer un doctorado tras divorciarse. Su marido no quería que viajara a España para seguir sus estudios. Ella vestía como cualquier chica de aquí. Sin embargo, ser musulmana, aunque sin pañuelo, también tenía sus dificultades. “Mis compañeros de trabajo no entendían que yo no bebiese, no comiese cerdo y era un continuo preguntar y opinar bastante agotador. Tampoco entendían que tuviese un concepto distinto de las relaciones sexuales o de la diversión. Me veían igual que las chicas de aquí, era una chica ’moderna’ porque no llevaba una etiqueta visible de mujer musulmana, pero al mismo tiempo era distinta y no les cuadraba”. Y añade, "además tampoco entiendo mucho las críticas de algunas mujeres occidentales, ¿acaso ellas son libres? ¿Exhibir tu cuerpo como una mercancía, llevar incomodísimos tacones y ropa apretada para estar sexi te hace libre?”.

Años después, Adila se casó con un español y más tarde eligió el hiyab por razones espirituales. La misma chica de carácter fuerte que dejó a su primer marido y a su país por priorizar su carrera tiene ahora la etiqueta de “mujer sumisa” y se pregunta: “¿Por qué molesta tanto que yo vista con ropa larga y lleve pañuelo? ¿Quiere esto decir que una persona puede vestirse o desnudarse como quiera menos de aquella forma con la que yo siento que expreso dignidad?”. Y denuncia: “Me gustaría trabajar en lo mío, claro, pero llevar hiyab te cierra muchas puertas”.

Lo mismo reconoce Guylshan, que habla cuatro idiomas y en Azerbaiyán trabajaba en un holding con un cargo directivo. Aunque ahora es feliz en su papel de esposa y madre, tiene intención de volver a su carrera profesional. Ella no siente el hiyab como un obstáculo ya que, explica, su fe le da fuerza. “Llegará el día en que la sociedad también deje de considerar el hiyab como un obstáculo y valore el conocimiento y la capacidad de la persona”. Guylshan subraya que nadie la ha obligado a llevarlo. "Mi familia no sabía prácticamente nada del Islam, lo conocieron a través de mí. Llevar hiyab ha sido una elección libre, el resultado natural de mi camino personal. Siempre tuve interés por la religión y estudié mucho, leí libros de diferentes religiones. El Corán fue el único que me hizo sentir que mi corazón y mi mente estaban unidos”, aunque reconoce que es algo difícil de explicar.

Respecto a la respuesta de la sociedad frente a una mujer con hiyab, considera que el prejuicio de que la mujer con pañuelo sea una mujer ignorante depende del total desconocimiento. Guylshan no quiere ni recordar los episodios de racismo y de exclusión que como cualquier mujer musulmana ha vivido. “Es algo por lo que no vale la pena gastar energía”.

Frente a la imagen de la mujer musulmana, como una mujer sumisa a quien hay que ayudar a emanciparse, subraya que “en realidad la mujer musulmana ha sido libre mucho antes que en cualquier país de Occidente. Eso sí, hablamos del verdadero Islam, no de cómo es tratada la mujer en países que lo mezclan con sus propias tradiciones que en realidad no tienen nada que ver con el Islam. Además lo más importante es que hay que sentir libertad en el corazón, entender lo que significa la libertad en realidad. Cuando se entienda qué significa la "Libertad" se entenderá si se es realmente libre o no".


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