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Manifestaciones contra las violaciones en India: "Una movilización inédita y ambivalente"

De Stéphanie Tawa Lama-Rewal

Viernes 17 de mayo de 2013

Stéphanie Tawa Lama-Rewal presenta un agudo análisis de las recientes manifestaciones contra la violación de mujeres en India, analiza su carácter “inédito” y muestra como están atravesadas por una profunda ambivalencia.

La televisión francesa ha mostrado recientemente las imágenes de manifestantes en Nueva Delhi, que expresaban su cólera frente al calvario de una niña de cinco años, secuestrada, violada, abandonada como muerta después de que sus violadores intentaran estrangularla, y finalmente encontrada viva por sus padres el 17 de abril. No hay duda alguna de que si esas manifestaciones han suscitado la atención de los medios indios y extranjeros, es porque evocan, como un eco tardío, las espectaculares manifestaciones que marcaron la capital (pero también otras metrópolis indias) a finales del año 2012. Manifestaciones provocadas por la violación colectiva, el 16 de diciembre de 2012, de una estudiante que murió doce días más tarde a causa de las heridas recibidas, y que literalmente sacudieron India. En efecto, eran inéditas desde todos los puntos de vista: por su objeto -pues la violación, y más en general la violencia sexual contra las mujeres, no había suscitado jamás, hasta entonces una movilización de una amplitud semejante; por la población movilizada -mixta en términos de género y de clase, lo que es raro en el contexto indio, y con una fuerte representación de los jóvenes (de secundaria y de universidad); por la duración de las manifestaciones (más de tres semanas); y sobre todo, quizás, por su carácter espontáneo: esas manifestaciones no tenían líder, ni consignas ni enemigo claramente designado. Han sorprendido tanto a los actores como a los observadores de la escena política india, y son justamente calificadas por la jurista feminista Ratna Kapur, de “momento revolucionario” /1. Querría aquí proponer una lectura retrospectiva de ese momento, identificar algunas de las razones de esa explosión de cólera mezclada con vergüenza, y subrayar la profunda ambivalencia de esta movilización /2.

Las razones de la cólera

Cuando la prensa india relata a diario casos de agresiones sexuales más o menos atroces contra las mujeres, cuando la violencia sexual es desde hace varios decenios un objetivo destacado de las movilizaciones feministas, todo esto ante una relativa indiferencia del público, ¿cómo explicar que la violación cometida el 16 de diciembre haya suscitado repentinamente una reacción de una amplitud sin precedentes? Las explicaciones posibles remiten a la vez a las características de este suceso particular, y a un contexto político y mediático favorable.

En primer lugar, la agresión cometida el 16 de diciembre era particularmente horrible: la víctima era una estudiante de 23 años que volvía de una salida a un centro comercial con un amigo. Al no encontrar un auto-rickshaw (un taxi propio de la zona), se subieron a un autobús privado que iba en la dirección de su domicilio. El autobús solo tenía 5 pasajeros, además del chófer. Los seis hombres, armados de una barra de hierro, violaron sucesivamente a la joven, tras haber golpeado a su amigo que intentaba defenderla. Clavaron luego la barra de hierro en el vientre de la joven, desgarrando sus intestinos, luego tiraron a las dos víctimas, desnudas, a la cuneta, mientras la joven se desangraba. Fueron precisas varias horas antes de que la policía les encontrara y hospitalizara a la joven.

Porque era particularmente horrible, esta violación fue particularmente visible: el 18 de diciembre, estuvo en la portada de numerosos periódicos y diarios televisivos, expresando y propagando una “conmoción moral” /3 que es indudablemente una de las principales razones de la movilización.

La emoción provocada revela la gran empatía suscitada por esta víctima particular -cuyo nombre jamás fue divulgado. Como he dicho, las agresiones sexuales están lejos de ser raras en India, y otros sucesos de este tipo habían suscitado anteriormente movilizaciones, pero eran movilizaciones que se limitaban a las organizaciones feministas, que no encontraron jamás el eco observado en diciembre de 2012. Sin embargo, la violación de Mathura, joven tribal violada en un puesto de policía en Maharashtra, había jugado el papel de desencadenante en el origen de la segunda ola del movimiento indio de mujeres, en 1974. La violación de Bhanwari Devi, trabajadora social de casta baja, víctima de una violación colectiva por hombres de casta alta para castigarla por haberse opuesto a un matrimonio de niños, en Rajasthan, había suscitado una nueva campaña de lucha contra las violencias sexuales en 1992. Numerosas feministas indias, en diciembre, subrayaron el contraste entre la indiferencia que rodea la práctica corriente de la violación de las mujeres dalits (ex-intocables) por hombres de las castas superiores, en los campos indios, y la indignación suscitada por la violación del 16 de diciembre. En este último caso, la víctima ha suscitado una gran identificación, pues encarnaba a una clase media en expansión a la que la vida urbana ofrece la oportunidad de una ascensión social y por tanto de una vida radicalmente diferente a la de la generación precedente. La joven, salida de una familia rural del estado federado de Uttar Pradesh, adyacente a Delhi, era estudiante de kinesiterapia -se destinaba por tanto a la profesión médica, a la vez prestigiosa y lucrativa; volvía de uno de esos centros comerciales que son típicamente un lugar de ocio de las clases medias; estaba acompañada por un amigo -ni marido, ni novio.

La identificación era igualmente favorecida por el desarrollo de la historia: la falta de transportes públicos es una realidad conocida por todos los ciudadanos de las ciudades. Y este grave déficit en infraestructuras de transportes es identificada desde hace mucho por las investigadoras feministas como uno de los factores principales de la inseguridad de las mujeres en la ciudad. La violación del 16 de diciembre ilustra trágicamente la relación estrecha existente entre movilidad física y movilidad social para las mujeres: su derecho a la ciudad, es decir a todos los recursos ofrecidos por la ciudad en términos de educación, de empleo, de ocio, también de anonimato, sigue siendo teórica mientras el desplazamiento en la ciudad implique el riesgo de una agresión /4. Ahora bien, los autobuses y el metro están a menudo atiborrados, lo que favorece el acoso sexual.

El contexto mediático ha jugado también un papel importante en las movilizaciones de diciembre. Tanto la televisión como la prensa escrita han cubierto ampliamente el suceso y más tarde las manifestaciones. Ciertos medios han aprovechado esta ocasión para subrayar el carácter multiforme y cotidiano de la violencia sexual contra las mujeres. Así, el periódico de izquierdas The Hindu ha relatado, durante una semana, una violación en cada página del periódico. La longevidad excepcional de la cobertura mediática de las manifestaciones tiene que ver en parte con la sociología de los manifestantes: las clases medias urbanas son el principal público buscado por la prensa en inglés y por numerosas cadenas de televisión. Una observación atenta de la cobertura mediática clásica de los manifestantes sugiere la instalación, muy rápidamente, de una forma de cooperación entre los manifestantes y los medios. Del lado de los manifestantes, el interés de los medios (que muestran las imágenes de las manifestaciones, las entrevistas de manifestantes, pero que dan igualmente la palabra a numerosos “expertos” que explican, proponen, predicen) es apreciada e impulsada, pues amplifica la visibilidad de su movilización. Del lado de los medios, las manifestaciones son un tema de oro: sensacional, fotogénico, y que se presta a arrebatos líricos sobre la vitalidad de la democracia india. El semanario de derechas India Today hace así del “ciudadano ultrajado” el hombre del año 2012 y celebra la cólera como una emoción eminentemente democrática /5. Pero si las manifestaciones de diciembre marcan un “momento de transformación” en los medios indios, según la periodista Pamela Philipose /6, es porque al lado de los medios clásicos, los nuevos medios, es decir los medios sociales (facebook, twitter, etc.) han jugado un papel importante, incluso mayor. Una gran parte de los manifestantes eran en efecto jóvenes urbanos, dotados de un teléfono móvil, que se daban cita en uno u otro de los sitios de las manifestaciones, de forma descentralizada e invisible a ojos de quienes no estuvieran en la red.

En fin, el contexto político es otro factor de explicación de esta inesperada agitación. Las manifestaciones de diciembre evocan desde muchos puntos de vista otra movilización que tuvo lugar en Delhi y en otras metrópolis indias, bajo la égida del movimiento “India Against Corruption”, en 2011. Este movimiento, contrariamente a las manifestaciones de 2012, tenía ciertamente un líder (Anna Hazare y su equipo) y una reivindicación precisa: la creación de la figura del defensor del pueblo. Pero constituye un precedente importante por tres aspectos. En primer lugar el público movilizado: clases medias urbanas que comparten ampliamente una visión negativa de la política, que votan poco y se manifiestan aún menos. Luego, el lugar principal de las manifestaciones: Jantar Mantar, sitio monumental en el corazón de Delhi, convertido en el lugar privilegiado de los manifestantes y de las protestas de todo tipo desde que la avenida que lleva al parlamento indio fue prohibida a las manifestaciones, hace ya varios años. En fin una forma nueva de acción colectiva: concentraciones repetidas, en un solo lugar, que contrastan con las procesiones que organizan habitualmente los partidos políticos. En diciembre de 2012, se dieron igualmente marchas silenciosas, conciertos de calle, y muchas vigilias con velas: los manifestantes se recogían en silencio ante instalaciones improvisadas hechas de velas, de flores y de pancartas.

Si es imposible demostrar la relación entre estas dos series de manifestaciones, pues para ello habría sido preciso sondear una muestra representativa de las personas movilizadas en cada caso, el fuerte parecido entre los públicos, los lugares y las formas de acción, pero también el discurso expresado de forma difusa (por los manifestantes entrevistados por los medios, las pancartas exhibidas) -discursos de desconfianza hacia los políticos (partidos, electos, gobierno) -sugieren con fuerza que las manifestaciones de diciembre se han apoyado en el precedente de 2011. El movimiento contra la corrupción había sido en efecto, para numerosos participantes, la primera ocasión de hacer la experiencia de una acción de calle, de probar su potencia emocional y de verificar su eficacia política: las manifestaciones de 2011 también habían sido muy amplificadas por los medios y condujeron a la adopción de un proyecto de ley y a la creación de un nuevo partido político.

Una movilización muy ambivalente

Una de las dificultades del análisis de la significación y de las implicaciones de las manifestaciones de diciembre tiene que ver con su gran ambivalencia. De un lado, el discurso expresado de forma difusa, dispersa, por los manifestantes era extrañamente progresista teniendo en cuenta las reacciones habituales a la violencia sexual; de otra parte, ese discurso era conservador, incluso reaccionario.

Comencemos por la dimensión progresista de la movilización. Para las feministas indias, habituadas a denunciar la violencia sexual ante un público (políticos, periodistas, ciudadanos) en gran medida indiferente, varios aspectos de la movilización han constituido una grata sorpresa. El hecho, en primer lugar, de que los manifestantes fueran tanto hombres como mujeres era completamente excepcional; la fuerte participación de jóvenes era igualmente nueva y estimulante.

Luego, las manifestaciones han liberado la palabra de mujeres que no son militantes feministas: se han multiplicado, en la prensa, los testimonios de mujeres salidas de la clase media/superior, describiendo una agresión de la que habían sido víctimas pero de la que jamás habían podido hablar; o bien mencionando todas las violencias sexuales ordinarias, que pasan por los gestos, las palabras, las miradas, y que son tanto más penosas en la medida en que no son generalmente tomadas en serio /7; o también evocando el miedo con el que viven, desde siempre, a ser agredidas, el miedo que gobierna cada una de sus decisiones en cuanto deben salir de su casa.

Cuando emergía así la terrible banalidad de la violencia sexual contra las mujeres en el espacio público, se expresaba también un discurso más complejo que de ordinario sobre las causas y las posibles soluciones. Al lado de la cólera celebrada por los medios -cólera contra los agresores y su barbarie, contra la policía y su insensibilidad, contra el gobierno y su inacción- otra emoción, diferente, mucho más inesperada, era expresada por los manifestantes: la vergüenza -vergüenza de ser una sociedad que impone a la mitad de la población vivir en el miedo a la agresión, y que permite una violencia así. Se asistió entonces a un verdadero cambio radical del uso de la vergüenza. Mientras que la vergüenza es generalmente algo que cae sobre las víctimas de la violación, que sufren, además del trauma, el estigma /8 de aquellas a quien se ha privado de su “honor”, aquí la vergüenza cambiaba de campo de alguna forma, para ser la de una sociedad que se reconoce una responsabilidad colectiva. Numerosas pancartas expresaban la vergüenza de ser un hombre, o la vergüenza de ser indio, rechazando así una visión simplista de la violación para ver en ella el síntoma de un mal profundo, que demanda una puesta en cuestión de la sociedad por ella misma.

Durante esas semanas de manifestaciones, se ha podido así tener la impresión de que el discurso feminista sobre la violencia sexual estaba en vías de mainstreaming. Ese discurso denuncia la prevalencia, bajo múltiples formas, de la violencia sexual en el espacio público; identifica precisamente lo que, en la legislación sobre la violencia sexual, contribuye al hecho de que las violaciones permanezcan en gran medida impunes /9; en fin, y sobre todo quizá, ese discurso subraya que la respuesta a la violencia no puede limitarse al tema de la seguridad, es decir que no debe expresarse solo en términos de protección de las mujeres por la ley y por la policía. Por el contrario, en diciembre, numerosos manifestantes expresaban la idea de que lo que está en cuestión es la igualdad de las mujeres al menos tanto como su seguridad. Los carteles reivindicando el derecho para las mujeres de vestirse como deseen, por ejemplo, mostraban una toma de conciencia de los efectos perversos de la “ideología de la honra” /10 según la cual es la respetabilidad de las mujeres la que las protege de la violencia sexual -lo que implica que las víctimas no son respetables, y permite que no sean respetadas.

El debate público que ha emergido rápidamente alrededor de las manifestaciones de diciembre ha dado así un lugar importante a las militantes feministas, que han podido contextualizar la violación, subrayar su relativa banalidad, recordar que la mayor parte de las violaciones son cometidas no en el espacio público sino en el seno del círculo familiar, denunciar el hecho de que las víctimas de violación son estigmatizadas de por vida en una sociedad que considera la violación, más que cualquier otra agresión, como una violación irreparable /11, y plantear celebrar a las “supervivientes” más que apiadarse de las “víctimas” /12.

Pero al lado de estos aspectos muy progresistas de las manifestaciones, se han podido observar otros elementos mucho más conservadores, incluso reaccionarios. En primer lugar, una parte importante de las reivindicaciones expresadas se limitaban a una demanda de seguridad, confundiéndose más o menos con una lógica de venganza hacia los violadores: demanda de aplicación de la pena de muerte (legal en India, pero muy raramente aplicada hasta estos últimos años); demanda de una justicia expeditiva; y demanda de castración química de los violadores.

Otra propuesta diferente, la de la instauración de “patrullas comunitarias” a escala de los barrios, revelaba a la vez una demanda de protección de las mujeres (por oposición a la demanda de libertad/igualdad) y una interpretación de la violación del 16 de diciembre en términos de lucha de clases. Muchos comentadores, profesionales o no, de forma consciente o no, han subrayado, en efecto, que los agresores de la joven, neourbanos como ella, formaban parte del lumpen proletariado acantonado, por su pobreza y su bajo nivel de educación, en los márgenes físicos y sociales de la ciudad, al contrario que su víctima que, gracias a su educación, había salido de esa marginalidad. A partir de esta constatación, la violencia inaudita de los autores de la violación del 16 de diciembre era interpretada como la expresión de un odio de clase: odio de hombres que se saben excluidos de la prosperidad prometida por la metrópoli contra una mujer que encarnaba la concreción de esa promesa. Esta interpretación permite asociar el azote de la violencia sexual contra las mujeres a esa población de emigrantes pobres, denunciados como portadores de valores arcaicos. Esboza así una distinción clara entre los neourbanos legítimos, los que adoptan los comportamientos y los valores de las clases medias urbanas, y los neourbanos ilegítimos, que son al menos parcialmente responsables de su exclusión social puesto que sus valores son incompatibles con la modernidad y que constituyen una amenaza para los demás. No se trata aquí de negar el hecho de que las tierras de Uttar Pradesh o de Bihar, de donde provenían los agresores de diciembre y los de abril respectivamente, estén entre las más conservadoras de India, y que no es agradable ser allí mujer (ni pertenecer a la casta de los intocables). Pero querría subrayar dos aspectos de esta visión de las cosas que me parecen reaccionarios. De una parte, esta interpretación permite a quienes se consideran como “integrados” librarse de la responsabilidad de la violencia contra las mujeres en el espacio público como si la “ideología de la respetabilidad” denunciada por las feministas fuera algo exclusivo de los “excluidos”. De otra parte, esta interpretación refuerza una hostilidad hacia los urbanos pobres que se expresa cada vez más abiertamente, y de múltiples formas, desde los años 1990: multiplicación de las urbanizaciones cerradas, destrucción masiva de barriadas de chabolas sin realojar a sus habitantes, etc. /13.

El tratamiento político de las manifestaciones

Los actores políticos fueron pillados de improviso, como todo el mundo, por las manifestaciones de diciembre. Pero su reacción, caracterizada por una serie de torpezas, muestra hasta qué punto nadie, ni en el gobierno ni en la oposición, podía creer que una violación se revelara tan peligrosa para el orden público.

La reacción del gobierno, en primer lugar, fue tardía y fuera de lugar. El primer ministro solo hizo una intervención al cabo de cinco días de manifestaciones; el ministro del interior trató primero a los manifestantes de “maoístas” antes de cambiar de opinión. La acción gubernamental, en su conjunto, manifestó un miedo al desorden más que una tentativa de responder a las causas de ese desorden: el gobierno cerró varias estaciones de metro en los momentos más fuertes de las manifestaciones; dispersó a la multitud a golpe de cañones de agua; hizo llevar a la víctima a Singapur cuando su estado era cada vez más crítico, por miedo a una revuelta si moría en la capital. Por último, el gobierno hizo que los culpables fueran rápidamente identificados y detenidos y nombró una comisión ad hoc encargada de proponer una respuesta legislativa apropiada a la violencia sexual extrema, esperando, sin duda, mostrar de esta manera que se tomaba en serio el mensaje complejo que transmitían las manifestaciones.

Varios cargos electos, tanto de la mayoría como de la oposición, se distinguieron por declaraciones que escandalizaron a numerosos participantes y simpatizantes de las manifestaciones, por el conservadurismo, incluso la misoginia que revelaban: Sushma Swaraj, mujer dirigente del Bharatiya Janata Party (derecha hindú) calificó a la víctima de “cadáver viviente”, no porque luchara contra la muerte en su cama del hospital, sino porque es así como los tradicionalistas hindúes consideran a las mujeres violadas; un electo del Partido del Congreso calificó a las manifestantes de “mujeres estropeadas, marcadas” (dented and painted women); un miembro del gobierno del Madhya Pradesh aconsejó a las mujeres no franquear la “línea roja” ( lakshman rekha); un electo de Uttar Pradesh declaró ante las cámaras que la forma en que las mujeres se visten explica la violencia que sufren; en fin, un dirigente del partido del Congreso, en el mismo estado, preguntó públicamente porqué las mujeres tenían necesidad de salir por la noche /14.

Mientras esta reacción de los actores políticos era ampliamente criticada por su estupidez, una nueva sorpresa estalló el 23 de febrero: la comisión nombrada por el gobierno para elaborar un proyecto de cambios legislativos, comisión compuesta por un antiguo presidente del Tribunal Supremo, J.S.Verma, y otros dos magistrados jubilados, remitió, al cabo de solo 29 días, un informe de seiscientas páginas fundado en una amplia serie de consultas, cuyas recomendaciones van mucho más lejos de lo previsto por quienes habían encargado el informe. Este propone una definición ampliada de la violación; eleva la pena mínima a 10 años en lugar de 7, pero se pronuncia contra la pena de muerte, proponiendo la cadena perpetua como pena máxima; destaca la necesidad de reconocer la violación conyugal y de considerar las violaciones cometidas por el ejército indio en las zonas de insurrección como violaciones agravadas, entre otras recomendaciones /15. Este informe fue saludado por las feministas indias como un “momento de triunfo” /16… que sería sin embargo de corta duración, puesto que el gobierno adoptó el 3 de marzo una ordenanza que ignora la mayor parte de sus recomendaciones y parece tener por objetivo esencial mostrar que el poder actúa, en el sentido de las reivindicaciones más conservadoras expresadas por las manifestaciones: así se estimula el recurso a la pena de muerte, mientras que no se hace ninguna mención a la violación conyugal en dicha ordenanza.

¿Qué queda, entonces, de la movilización de diciembre? Las manifestaciones que han tenido lugar en este fin de abril alrededor de otro caso de violación, muestran que los partidos políticos han sacado la lección de las manifestaciones de diciembre y que la vida política india ha reencontrado su curso familiar. Las elecciones en Delhi están previstas para noviembre próximo, y los dos principales partidos de oposición se han puesto a la cabeza de las manifestaciones, con un mensaje esta vez desprovisto de toda ambigüedad: las violaciones manifiestan la incuria de la policía, y por tanto, por implicación, la del gobierno. No es ya cuestión de vergüenza, sino solo de la cólera de los ciudadanos -una cólera justificada, impulsada, por partidos que buscan de forma evidente hacer de ella un recurso electoral. Es el Aam Admi Party (AAP), formado tras el movimiento contra la corrupción, el que toma la cabeza de las movilizaciones, seguido por el BJP, y los dos partidos parecen hoy soplar sobre las brasas de las manifestaciones de diciembre, para reanimar su llama en su beneficio.

Las próximas elecciones dirán si estas manifestaciones marcan, o no, un giro en la vida política india. En noviembre de 2013 serán las elecciones a la asamblea legislativa de la ciudad-estado de Delhi, ciudad que ya conoce todo el mundo y que tiene el triste récord en materia de violencia contra las mujeres. ¿Tendrán los discursos de los partidos políticos un espacio para la cuestión de la violencia (sexual) contra las mujeres? En caso de ser así, ¿cuáles van a ser las respuestas preconizadas? ¿Retomarán esas respuestas las recomendaciones del informe Verma? ¿Va a reflejarse en las urnas la movilización en la calle? O, dicho de otra forma, ¿van a votar las clases medias que tienen tendencia al abstencionismo? Y, ¿por quién?

2/05/2013

* Stéphanie Tawa Lama-Rewal es investigadora en el Centro de Estudios de India y Asia del Sur.

http://www.contretemps.eu/print/interventions/manifestations-contre-viol-en-inde-%C2%ABmoment-r%C3%A9volutionnaire%C2%BB-grande-ambivalence

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR


Ver en línea : Viento Sur


Notas

1/ Ver Ratna Kapur, “The new sexual security regime”, The Hindu, 5 February 2012.

2/ Este artículo se basa en una serie de discusiones informales con manifestantes y no manifestantes, en Delhi, en diciembre de 2012; de una observación de la manifestación en el Jantar Mantar de Delhi el 1 de enero de 2013; y del análisis de la prensa india en inglés sobre este tema.

3/ El concepto es de James Jasper.

4/ Ver Stéphanie Tawa Lama-Rewal,“Women’s Right to the City: From Safety to Citizenship?”, en Marie – Hélène Zérah, Véronique Dupont and Stéphanie Tawa Lama-Rewal (Eds) Urban Policies and the Right to the City in India: Rights, Responsibilities and Citizenship, UNESCO, Delhi, 2011, pp.37-45, http://unesdoc.unesco.org/images/0021/002146/214602e.pdf

5/ S. Prasannarajan, “The Angry Indian”, India Today, January 7, 2013, pp. 18-22.

6/ Pamela Philipose, “Anxieties in the Republic. Media metamorphosis and popular protest”, Economic and Political Weekly, February 9, 2013, pp. 20-22.

7/ El acoso sexual en los espacios públicos es designado con una expresión poética: “vacilar a Eva” (Eve teasing).

8/ Flavia Agnes, op.cit.

9/ Según el National Crime Records Bureau, los casos de violación tratados por la justicia llegan a una condena solo en el 26% de los casos. Ver Ratna Kapur, “The new sexual security regime“, The Hindu, 5 February 2012.

10 / Kalpana Viswanath, S.Mehrotra, “Safe in the City”, Seminar 583, 2008, pp. 21-24.

11/ Esta idea es bien explicada por la periodista Vidya Subrahmaniam : “[…]rape […]is treated with horror not because it is violent but because it is thought to be violative ; it is thought to shame and dishonour the victim and rob her of her core “, “Charge of the unenlightened brigade”, The Hindu, 29 December 2012.

12/ Ver Flavia Agnes, “No Shortcuts on Rape. Make the Legal System Work”, Economic and Political Weekly, January 12, 2013, pp. 12-15.

13/ Ver Véronique Dupont, “The Challenge of Slums and Forced Evictions”, in Marie – Hélène Zérah, Véronique Dupont and Stéphanie Tawa Lama-Rewal (Eds) Urban Policies and the Right to the City in India: Rights, Responsibilities and Citizenship, UNESCO, Delhi, 2011, pp.76-97, http://unesdoc.unesco.org/images/0021/002146/214602e.pdf

14/ T.K.Rajalakshmi, “Crimes against Women. Forcing the Issue”, Frontline, vol 30, n°2 ( http://www.frontline.in/the-nation/forcing-the-issue/article4328566.ece)

15/ Para consultar el informe Verma en su versión completa: http://www.thehindu.com/news/resources/full-text-of-justice-vermas-report-pdf/article4339457.ece

16/ Kalpana Kannabiran, “A moment of triumph for women “, The Hindu, 25 January 2013.