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El patriarcado rejuvenece

La violencia machista entre personas jóvenes

Mayka Cuadrado y Virginia Olivera

Sábado 24 de noviembre de 2012

Revista Viento Sur nº 121, Marzo 2012

La desigualdad entre hombres y mujeres sigue vigente, incluso entre la juventud. El sistema patriarcal continúa extendiendo sus redes hacia todas las capas sociales y adopta formas cada vez más sutiles. La máxima expresión de esta desigualdad es la violencia de género o terrorismo machista. En las siguientes líneas abordaremos el origen de esta desigualdad, su tipología y manifestaciones específicas dentro de la juventud y las posibles soluciones que planteamos para acabar con esta lacra social.
El sistema dominante masculino, se sostiene en creencias y actitudes que apuntan a la diferencia biológica como un destino inamovible que marca las variaciones en los comportamientos entre hombres y mujeres. Este peso biológico, que nos atrapa como una losa, es considerado como un hecho natural y la base diferenciadora entre las personas.
Es a partir de un modelo de masculinidad dominadora, creado mediante roles y estereotipos sociales, como el sistema patriarcal ha legitimado durante siglos el poder que ejercen los hombres sobre las mujeres. Este poder se irá complicando con el tiempo y dará lugar a las diversas jerarquías que se han conocido en la historia hasta la actualidad.

Un poder absolutista

Por lo tanto, el sistema patriarcal se traduce en una organización política, económica y social basada en la supremacía de los varones frente a la inferioridad de las mujeres. La apropiación de la sexualidad, maternidad y trabajo de las mujeres, justifica y legitima, mediante mitos y creencias perfectamente estructurados, un poder absolutista sostenido mediante la coerción y el miedo.
C.Z., Abuela 65 años: “Claudia es muy buena, nunca se aleja, juega siempre a mi lado. No se arruga ni el vestido”.
J.L., Padre 35 años: “Pablo, es demasiado inocente, le han vuelto a quitar la pelota. Siempre se lo digo: defiende lo que es tuyo, sé valiente”.
Hoy en día, frases como estas se siguen oyendo en parques y puertas de colegios. Ya sea de manera más evidente o más sutil, la educación diferencial sigue presente en nuestras vidas. Esta estructura integral es la base que permite al sistema patriarcal mantenerse con fuerza en nuestros días.
Mediante la socialización, proceso de aprendizaje del que toda persona forma parte, aprendemos la forma de comportarnos, las normas, los usos y costumbres de nuestra sociedad y, a su vez, trasmitimos estos conocimientos a las generaciones futuras. Este proceso social que parece inofensivo e incluso loable, genera -basándose en las diferencias biológicas entre hombres y mujeres-, diferentes modos de comportamiento. Esto es, si naces con cuerpo de mujer tu socialización será distinta de la de un hombre, la sociedad en la que vivas dictará tus valores, tu forma de comportarte, tu forma de amar e incluso de sentirte. Y estas características no tendrán el mismo valor social ni el mismo reconocimiento, ya que la sociedad patriarcal valora por encima de todas las cosas lo que atribuye a lo masculino. Esto es lo que se conoce como sistema sexo-género. El sexo son las características físicas y biológicas con las que nacemos (aunque actualmente se cuestiona la clasificación binaria hombre-mujer desde diferentes corrientes feministas como la teoría Queer, y el género es el conjunto de ideas, creencias y atribuciones asignadas a mujeres y hombres, por lo tanto, se basa en construcciones sociales variables en tiempo y lugar.
Los roles impuestos por el género los incorporamos a nuestras vidas desde que nacemos. Nos llegan principalmente desde instituciones creadas para tal fin como son la familia, la escuela y los centros religiosos y por espacios de ocio y cultura como los medios de comunicación, las redes sociales, la publicidad, etc. Además, tenemos que tener en cuenta las personas cercanas que nos sirven de modelos de referencia, los acontecimientos más o menos sutiles que vemos y vivimos y sobre todo la necesidad de pertenencia al grupo y el miedo a ser rechazada o rechazado.
Es en las edades tempranas y en la adolescencia, cuando todos estos mensajes nos calan con más fuerza, es en los momentos en los que nos estamos formando como personas cuando unas u otras actitudes y valores nos marcarán para el resto de nuestras vidas.
Entre tallas 34 en los grandes almacenes, revistas de moda, videojuegos de guerra, Gran Hermano 12+1, programas del corazón, la MTV, libros de texto del instituto y perspectivas laborales nulas, giran nuestras vidas.
Es cierto que, gracias a las reivindicaciones de las mujeres y del movimiento feminista, cada vez se reducen más las desigualdades entre sexos y hemos conseguido una igualdad formal histórica, pero en la realidad todavía queda mucho por hacer. Las chicas y chicos jóvenes tienen un acceso cada vez mayor a los valores de igualdad, pero en la realidad cotidiana todavía persisten diferencias significativas que marcan la vida de las y los jóvenes.
Los progresos efectuados en materia legal no han sido suficientes. La sociedad parecía no estar preparada para dichos avances, largamente cuestionados. La sensibilización en igualdad de género, posiblemente la parte más importante para la transformación social, se ha convertido en un discurso políticamente correcto, una teoría idílica que se contradice con el día a día de la juventud. Una joven cuya madre sigue realizando las tareas de casa y depende económicamente de un marido del que se quiere separar, se verá más condicionada por este ejemplo que por una charla simbólica de apenas unas horas. Esta nueva generación de jóvenes ha sido la primera en ver la contradicción que se producía entre los mensajes sobre la sociedad ideal y lo que contemplaban en casa. Ahora lo cotidiano son los micromachismos que definió Luis Bonino, manifestaciones sutiles de desigualdad mejor tolerados por su invisibilidad.
En un presente en el que han cambiado los modelos de relaciones, en el que ya no funciona el “para toda la vida”, es muy peligroso el ideal que nos ven- den del “príncipe azul” que salva a la damisela, ya sea en forma de héroe de telenovela, de futbolista millonario o de chico malo al que tenemos que cambiar porque necesita de nuestra ayuda. Un ejemplo claro es el de cualquier chico que sale de un taller de prevención de violencia de género impartido en su instituto y cuando llega a casa y pone la televisión se encuentra con una serie donde el protagonista masculino es un proxeneta violento que tiene a todas las mujeres, bellísimas, previo paso por cirugía, enamoradas de su actitud chulesca.
Esta contraposición constante es una de las claves para entender el por qué muchas y muchos jóvenes reproducen roles de dominación y subordinación contra los cuales se les ha ido previniendo desde diversos espacios. Por mucho que expliquemos las bonanzas de las relaciones libres e iguales entre mujeres y hombres en los mínimos espacios donde nos lo permiten, no podemos competir contra las horas de imágenes que se pueden visualizar de mujeres sumisas supeditadas a los patrones de belleza impuestos o de hombres sin escrúpulos rodeados de éxito y poder.

¿Qué ocurre con la juventud?

En 2012 conocimos el estudio de Luis Rodríguez Franco en el que, de una
muestra de 709 jóvenes, un 71% sufría maltrato técnicamente, es decir, sin ser conscientes de ello.
En una investigación del antiguo Ministerio de Igualdad junto con la Universidad Complutense (2010), encontramos que los y las jóvenes encuestados no interpretaban el control máximo de la pareja como maltrato y un 12,12% de los chicos estaba de acuerdo en que “para tener una buena relación de pareja es deseable que la mujer evite llevar la contraria al hombre”. Aunque los chicos jóvenes tengan más privilegios en este sistema de hegemonía de lo masculino, tampoco es cierto que ellos lo tengan fácil para asumir el nuevo cambio de roles. El trabajo de sensibilización de los últimos años y el nuevo papel de las chicas, que cada vez se atreven más a demandar lo que quieren, ha motivado que los varones no sepan exactamente qué se espera de ellos. Como decía Eduardo Galeano, “tienen miedo de la mujer sin miedo”. Antes era claro el rol autoritario que se asociaba al macho, pero ahora este queda difuminado, si bien los jóvenes piensan que han de demostrar mayor fuerza. Como prueba de ello, el estudio arrojó que un 28,6% de los chicos estaban de acuerdo con la afirmación “si la gente creyera que soy una persona sensible abusaría de mí”. Otro dato importante de este estudio es la importancia de los medios de comunicación: el 88% de las chicas reconoce que la fuente por la que se han informado de la violencia de género es la televisión o el cine.
La consecuencia de toda esta construcción social, que sigue reconociendo la fuerza a los varones y la sumisión a las mujeres, es que, según la estadística Mujeres en Cifras, del Instituto de la Mujer, 17 mujeres menores de 30 años fueron asesinadas por violencia de género en 2011. Si agrupamos en la categoría de “jóvenes” a todas las víctimas menores de 30 años, obtenemos que esta es la franja de edad con mayor número de asesinadas. No obstante, el asesinato y la violencia física son sólo una parte de todo el entramado del terrorismo machista. Un 40 % del total de denuncias son interpuestas también por las jóvenes menores de 30 años. Y eso que las cifras mencionadas no tienen en cuenta como violencia de género las chicas abusadas sexualmente, las víctimas indirectas de la violencia o aquellas que han sufrido mutilación genital, sólo por poner algunos ejemplos. En cuanto a las adolescentes menores de edad, tienen mayor riesgo que los chicos de sufrir todo tipo de maltrato, siendo el más habitual el abuso sexual y el maltrato psicológico.
Contrariamente a lo establecido por la Ley estatal 1/2004, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, entendemos que la violencia de género es aquella ejercida contra las mujeres por el hecho de serlo, independientemente de que se produzca o no entre parejas o exparejas, como establece la norma. La juventud presenta similitudes y diferencias con las manifestaciones del terrorismo machista contra mujeres de mayor edad. En primer lugar, cabe destacar la falta de experiencia en el ámbito emocional y sexual, lo que provoca una mayor dificultad para establecer los límites. Durante la adolescencia, la personalidad aún se está configurando y a menudo el comportamiento responde a la necesidad de pertenencia a un grupo y a la “deseabilidad social”, es decir, a lo que se supone que es políticamente correcto dentro de ese entorno. Así, una chica joven podrá “decidir” mantener relaciones sexuales con varios chicos si es lo habitual dentro de su grupo de referencia. También puede suponer una mayor urgencia a la hora de encontrar una primera relación cuando el resto de las amigas ya lo ha hecho. Según el Instituto Nacional de la Juventud de España (INJUVE) la edad media de la primera relación sexual ha bajado hasta los 16 años. Otra diferencia importante es la menor duración de las relaciones y la falta de convivencia en las parejas jóvenes. Esto elimina riesgos como el miedo al alejamiento de la familia, de hijas e hijos o de la propia vivienda. No obstante puede hacer más difícil la detección de la violencia, ya que los episodios son más espaciados y continuamente se vive un estado de enamoramiento propio de los cambios físicos y psicológicos de esta edad, siendo habituales las reconciliaciones apasionadas o “lunas de miel”, tal como se clasifica esta fase del ciclo de la violencia. Por último, cabe destacar que, al haberse desterrado la idea de que la violencia de género pertenecía al ámbito privado, ya tienen muchas referencias públicas de la misma. El problema es que en la mayoría de los casos estas referencias no son positivas. Los medios de comunicación presentan víctimas de mayor edad, muestran testimonios sobre lo bueno que era el maltratador y en los debates se hacen eco del mito de las denuncias falsas, cuando los datos del propio Consejo del Poder Judicial anuncian que es el delito con menos casos de fraude. De este modo, una joven puede sentirse culpable al pensar que ella sufre agresiones, ya que, según los testimonios de su entorno, esto no le sucede a las jóvenes y, para colmo, pueden pensar que ella se lo está inventando. Todos estos mitos responden a estrategias del patriarcado que busca perpetuarse y reaccionar a la defensa que ha supuesto el feminismo.

Tipologías de las violencias de género más habituales durante la juventud

La violencia psicológica es aquella que supone un perjuicio para la salud psicológica de la chica. Durante la etapa a la que nos estamos refiriendo es habitual que la personalidad aun no esté configurada y se esté construyendo la autoestima, tan débil en la adolescencia. Cualquier desvalorización, insulto, grito o amenaza esconde un ataque machista cuando viene dada por una minusvaloración del género femenino. El miedo “al qué dirán” provocará el silencio de la víctima. Dentro de la violencia psicológica es habitual que los maltratadores jóvenes castiguen con el silencio, la indiferencia, la humillación en público o la posesión y los celos. Estos dos últimos, junto con las amena- zas y coacciones, son los que más se producen. Aunque tengamos derecho a sentir celos, esto no significa que sea una muestra de amor ni que no debamos aprender a gestionarlos. Cualquier forma de control y posesividad que coarte la libertad de movimientos y actitudes de una persona es violencia psicológica. Entre jóvenes se puede traducir en la lectura no autorizada de mails, mensajes de móviles, perfiles en las redes sociales, etc. La prohibición de llevar cierta indumentaria también supone una coacción, más aún en esta etapa de inseguridad femenina. Está demostrado en los estudios oficiales de salud que las mujeres presentamos una menor autoestima. Esto se debe mayoritariamente a que las exigencias para responder al rol femenino son más altas, tanto esté- tica como intelectualmente. El control puede ser interpretado como una prueba de la atención de nuestra pareja, en especial si es el ejemplo que hemos vivido en nuestras familias. Nada más lejos de la realidad. A las críticas sobre la manera de vestir se sumarán los comentarios negativos sobre familia y amistades para cerrar el círculo social de la víctima. Resulta crucial desechar mitos románticos como “quien bien te quiere te hará llorar” ó “amores reñidos son los más queridos”. Durante esta situación de maltrato, el varón mezcla elogios o refuerzos positivos con críticas o refuerzos negativos. En algunos casos, puede llegar a haber amenazas de suicidio por parte del “príncipe azul”. El control se transformará en acoso tras la ruptura, con el consiguiente miedo de la joven. Ella temerá que se haga público que ha caído en eso tan mal visto y que el velo de la igualdad hace parecer, falsamente, tan antiguo: el hecho de que una princesa haya sido maltratada.
Durante la etapa educativa ambos sexos pueden sufrir el acoso psicológico de compañeras y compañeros o profesorado. La violencia estructural del patriarcado, que busca controlar la sexualidad de las mujeres, se traduce aquí en el castigo social que las sitúa en putas o sumisas. Sin embargo, en la mayo- ría de los casos las vejaciones guardan relación con el hecho de que alguien se diferencie del resto rompiendo su rol de género. De este modo, el bullying homofóbico suele tener como principales víctimas a chicos con conductas socialmente asociadas a lo femenino o viceversa.
Las agresiones físicas son comunes en la adolescencia entre el grupo de iguales, más habitualmente entre los varones como demostración de su rol de género, el cual implica mayor agresividad. Sin embargo, cuando un chico o varios chicos agreden a una chica, se trata de un aprovechamiento del poder que el género masculino otorga y que les sitúa en una posición social de superioridad. Resulta complejo distinguir los límites entre un juego de empujones que busca tímidamente el contacto físico de un contacto más violento, donde se establece la pauta normalizada de comunicarse con golpes. Las patadas, bofetadas, inmovilizaciones, mordiscos, tirones de pelo, etc., también entrarían en esta categoría.
La violencia institucional es la indefensión o perjuicio que puedan causar las instituciones. Dentro de esta categoría podríamos hablar, entre muchas, de la falta de recursos específicos para la juventud contra la violencia de género, lo que provoca dudas sobre el trámite a seguir, especialmente en menores, y la existencia de normas impuestas por estas instituciones que sean discriminatorias para las jóvenes. Cabe destacar la vulneración del derecho de las jóvenes menores de edad al aborto, porque cuando no se nos permite decidir libremente sobre nuestro cuerpo se nos está infantilizando, coartándonos no sólo en este campo sino en otras áreas importantes para nuestra vida. La falta de empoderamiento que conlleva esta negación de libertad supone una merma en la capacidad negociadora en otros aspectos de la vida muy relacionados: contactos sexuales, relaciones afectivas, entre otros.
La manifestación más común de violencia de género entre la juventud es la violencia sexual. Esto no es casual. Se trataría de cualquier coacción, amenaza o condicionamiento para que una chica no elija libremente cuándo, dónde y con quién quiere tener relaciones sexuales, inclusive si otras veces las ha tenido con la misma persona. La liberación sexual de las nuevas generaciones y que se empiece a ver la sexualidad como fuente de placer supone un avance innegable pero no hay que confundir el hecho de disfrutar con el de satisfacer “al otro”. La sociedad sigue cuestionando en mayor medida las opciones de las chicas y el maltratador a menudo se apoya en chantajes sexuales del tipo “eres una estrecha” o “seguro que te has acostado con otros”.
Las nuevas tecnologías han introducido cambios en nuestra forma de vida, algunos de ellos positivos, pero su uso sirve de herramienta para multiplicar el alcance de algunas formas de violencia, principalmente la sexual y la psicológica. El hecho de poder difundir contenidos de forma pública convierte a las nuevas tecnologías en instrumentos muy poderosos para la coacción y el chan- taje. Una práctica extendida entre la juventud es el sexting. El sexting es el envío de contenidos (mayoritariamente imágenes) de contenido sexual a través de móviles o de Internet. El contacto es más rápido y menos vergonzoso que si se realiza personalmente. Esta práctica no lleva intrínseca la violencia de género, pero sí se han recogido varios casos en los que se usaba para dicho fin. Habitualmente es la chica quien envía imágenes eróticas, algo muy normalizado en esta generación con menos tabúes sexuales. Esto, en principio, no constituiría nada delictivo ni incomprensible. El problema viene cuando, ante una ruptura, una negativa o algún rechazo por parte de la chica, el joven la chantajea o coacciona con la amenaza de difusión de ese contenido por la red. En otros casos, se accede a estos contenidos sin permiso de la adolescente, entrando en su cuenta o en su propio ordenador. Relacionados con esta práctica, podemos encontrar todo tipo de términos que se refieren al abuso, mayoritariamente, de las chicas jóvenes: Sextorsión, cuando se obtiene sexo o contenidos pornográficos a cambio de no difundir imágenes comprometidas; el groming cuando existe un acercamiento, amistad y seducción a través de Internet para lograr ver a la persona desnuda, habitualmente menor de edad, realizan- do posturas que el abusador desea ver o masturbaciones. Todas estas prácticas pueden agravarse con un contacto sexual presencial.

Durante el control y el acoso también son nuevos los medios para perseguir y conocer cada detalle de la víctima. Existen aplicaciones en los sistemas operativos de móviles y portátiles que permiten conocer la ubicación exacta de una persona. La política de privacidad de las redes sociales no es muy clara, lo que puede conllevar que alguien no deseado tenga acceso a fotos, conversaciones o contenidos que pertenecen a la intimidad de la persona. El maltratador encontrará excusa para sus celos en cualquier foto de la chica con un amigo, quien ha podido etiquetarla con la mejor de las intenciones. También los insultos y humillaciones pueden hacerse públicos, de manera que al día siguiente de haber cortado la chica con su pareja pueda encontrarse su página de Facebook llena de desvaloraciones y revelaciones de datos comprometedores.

Alternativas

La violencia de género es una de las peores lacras sociales en la actualidad, no entiende de clases, de edades, de niveles culturales, religiones o procedencias. Pero esta terrible lacra es combatible y eliminable, sólo tenemos que ponernos manos a la obra. Desde el feminismo se han apuntado diferentes fórmulas complementarias que acabarían por romper con el sistema dominante masculino y por ende con la violencia coercitiva que utiliza el patriarcado para mantenernos en su orden de cosas.

La coeducación y el trabajo educativo en prevención de violencia. Como hemos comentado con anterioridad, es en la infancia y en la juventud cuando nos definimos con las categorías sociales hombre y mujer. Desde el movimiento feminista se apunta a que la educación en igualdad es el elemento fundamental que marcará el principio del fin de la violencia sexista, e incluso nos atrevemos a decir, que del patriarcado que la provoca. Es evidente, que sólo con educación no acabaremos con un sistema social que perdura desde hace milenios, pero es un buen comienzo.
La educación en igualdad debe ser siempre incluyente con las diversidades, ya sean sexuales, étnicas, culturales, religiosas, funcionales, etc. Por lo tanto, la educación en igualdad debe basarse en los principios coeducativos, es decir, en valorar y reconocer las diferentes capacidades de niñas y niños, sin imponer un supuesto modelo neutro que en realidad refleja una vez más un patrón único preestablecido por la sociedad patriarcal occidental, esto es, niño varón, blanco, de clase media, sin diversidad funcional y cristiano.

Cambios en los diferentes agentes de socialización. Las instituciones, los medios de comunicación, los lugares de ocio y el entorno personal más próximo son factores de socialización para la juventud. La incorporación de los principios de igualdad y no violencia en estos espacios es fundamental, ya que su poder de transmisión de valores es incalculable.

Ciertas instituciones públicas, siguiendo las recomendaciones del movimiento feminista y basándose en legislaciones nacionales específicas y en directivas europeas, han ido incorporando el principio de igualdad de manera formal a sus métodos y áreas de actuación. En los últimos tiempos hemos podido asistir a creaciones de organismos y recursos específicos que trabajan por la igual- dad y la prevención y erradicación de la violencia de género.
Estos avances viven en la actualidad un proceso de recesión económico y político que puede acabar con años de trabajos y esfuerzos. Este retroceso influirá negativamente en la lucha contra la violencia sexista, especialmente, entre la gente joven, que no podrá acceder a estos recursos fundamentales.
En cuanto a la familia, núcleo fundamental de transmisión de los valores patriarcales, ha ido evolucionando muy sutilmente a formas menos absorbentes de dominación. Bien es cierto, que sigue siendo un espacio jerárquico, pero los nuevos conceptos de familia no tradicional van abriendo posibilidades de cambio positivos en esta institución. En la infancia y juventud las referencias personales más cercanas son los miembros de nuestras familias. Ver relaciones igualitarias basadas en el respeto y reconocimiento de todas las personas que forman el grupo familiar, exentas de poder y de subordinación, crearán un efecto imitador en la infancia y la juventud, por lo que difícilmente, harán suyos valores violentos.
Sería reduccionista pensar que sólo con una buena educación en valores igualitarios generada por la escuela y la familia podemos acabar con las actitudes sexistas, todos los agentes de socialización deben mostrar un mensaje coordinado y coherente. Como sabemos, los medios de comunicación nos abordan con imágenes y relatos en los que las mujeres aparecemos como víctimas, perfectas, bellas, jóvenes y biónicas. Los hombres aparecen como vio- lentos, vengativos, valientes, seres de hojalata. Conseguir que profesionales de la publicidad y los medios se conciencien de esta gran necesidad que nos llevará a una sociedad más justa y menos violenta, es una empresa realmente difícil, casi inabordable. Pero aun así, aunque sea un proceso muy largo en el tiempo debemos seguir buscando fórmulas que nos permitan llegar a estos colectivos.

El empoderamiento y la participación en grupos específicos de mujeres. Sin duda, uno de los elementos clave es que sin participación no hay visibilización. Cuando hablamos de empoderamiento desde el feminismo, nos referimos a la autoestima y a la toma de conciencia de una misma. Es un proceso basado en lo íntimo que luego se extrapola hacia el exterior. Para ello son fundamentales los espacios propios para y entre mujeres, tantas veces criticados por las militancias mayoritariamente masculinas. Estos espacios propios nos permiten la intimidad y la confianza para hablar y trabajar sobre los aspectos de nuestra vida personal. No olvidemos que el feminismo lleva reivindicando lo personal como político mucho tiempo, ya que todo lo concerniente a lo femenino quedaba relegado a lo privado y nuestros anhelos e inquietudes no eran considerados para tratar en lo público, en lo político.
Para las mujeres de cualquier edad, pero especialmente para nosotras las jóvenes, por el proceso de construcción identitaria que vivimos en estos años, estos espacios no permiten mirarnos en el espejo de las iguales, ver que no somos tan raras, que hay más chicas de nuestra misma edad y condición realizándose las mismas preguntas, sintiéndose incómodas con los modelos impuestos de mujer, sintiéndose orgullosas de ser cómo son. En estos espacios no nos sentimos solas y nos apoyamos mutuamente, además de buscar estrategias y herramientas que nos permitan cambiar el mundo en el que vivimos. Por lo que estos lugares de militancia son a su vez espacios de empoderamiento personal y espacios de aprendizaje político, dos conceptos que van unidos de la mano y que para las feministas son indivisibles.
Por desgracia, los datos no son muy alentadores, según datos del INJU- VE de 2008, sólo el 3,3% de las chicas entre 15 y 29 años que participa en asociaciones, lo hace en asociaciones feministas. Estos datos pertenecen a asociaciones legales, no disponemos de datos sobre colectivos u organizaciones autogestionadas no legalizadas muy comunes en el movimiento feminista juvenil.
Otro de los espacios de empoderamiento fundamentales para las mujeres jóvenes y no tan jóvenes son los grupos de autodefensa feminista. La labor de estos grupos en la prevención y reacción a la violencia de género es inmensa. Estos grupos son creados por y para mujeres. Hacemos hincapié en este hecho, ya que desde hace años se han generado clases de defensa personal impartidas por policías o por profesores y profesoras de artes marciales. Estas técnicas no las consideramos como autodefensa feminista porque no cumplen las premisas básicas de autoconocimiento, empoderamiento y reflexión feminista sobre la violencia machista. No decimos que estas clases de defensa personal no sean válidas para aprender técnicas marciales pero carecen de la reflexión, de contenido político y de generación de cambio social.

La construcción de las nuevas masculinidades. Desde hace ya unos años han empezado a surgir grupos de hombres contra la violencia de género y por la igualdad entre sexos, además de colectivos mixtos de mujeres y hombres con el mismo fin. Estos grupos aún no son muy numerosos pero van toman- do fuerza y presencia social. Que las propuestas igualitarias sean también el estandarte de grupos de hombres organizados es un excelente ejemplo para los chicos jóvenes. Es de gran ayuda para la erradicación de los comportamientos machistas que los chavales tengan referentes masculinos positivos y no violentos, hombres que asumen a las mujeres como iguales y compañeras.

La Revolución será feminista o no será
Esta imponente frase que ha generado en los últimos tiempos detractores y fir
mes defensoras, es la base para llevar a cabo una solución efectiva para finalizar con la violencia de género.
Cualquier movimiento social que pretenda un cambio positivo debe incluir como base fundamental la igualdad entre mujeres y hombres, ya que si no es de esta manera, este cambio nunca será positivo.
Cuando aparece esta consigna en cualquier espacio reivindicativo, surgen voces que reniegan firmemente de este principio. Hemos oído frases del tipo “¿Por qué las feministas quieren imponernos sus reivindicaciones, si esto es un espacio que busca el bien común de toda la sociedad?”. Pues bien, como sabemos, las mujeres formamos parte de la sociedad y el avance en igualdad de las mujeres es un paso clave e ineludible si queremos una sociedad justa e igualitaria. Esta afirmación, difícilmente sería cuestionada por nadie, el problema surge cuando aparece la palabra feminismo. Este hecho viene dado, sin duda, por el desconocimiento que la sociedad en general e incluso los y las más militantes tienen sobre el concepto feminismo. Los feminismos, porque son múltiples, son teorías críticas y prácticas políticas que pretenden la emancipación de las mujeres. Esto no se traduce de ninguna manera en el dominio o control por parte de las mujeres sobre los hombres, por lo tanto, el feminismo no es el antónimo del machismo. Nada más lejos de la realidad. Ahora bien, explicando este punto fundamental, entenderemos por qué la solución a la violencia machista pasa por el feminismo siempre.

Mayka Cuadrado y Virginia Olivera son militantes feministas en diversas organizaciones y colectivos. Expertas en género y juventud.